Reflexiones de:
El duelo
¿Estoy preparado para asumir un duelo?
Desde nuestras tempranas edades, tanto padres, familiares y maestros, se han preocupado porque dispongamos de los recursos suficientes para que seamos unos triunfadores en la vida; para que aprendamos a sortear ciertas situaciones; para que nos consolidemos como seres humanos exitosos. Sin embargo, podría ser que estos esfuerzos queden incompletos, en razón a un tema muy importante: las pérdidas.
Muchas parejas pueden evitar el divorcio, superar una crisis, perdonar una infidelidad y ser felices tras una dificultad. Es necesario aprender a comunicarse mejor, a comunicarse de verdad, a ser honestos con sus sentimientos, a lograr que nuestra pareja se cuestione en lugar de sentir que nosotros le obligamos a aceptar las cosas como las vemos o como querríamos que fueran. Hacer un entrenamiento con un terapeuta de familia para hacer los cambios necesarios.
¿Qué es el duelo?
Vemos la muerte como una contingencia negativa y funesta. Cuando se nace, es el principio de una misión que se inicia con bombos y platillos, con deseos de gran porvenir. Pero todas las obras, así como tienen un principio tienen un final. En consecuencia, ¿cuál será mi comportamiento social y conmigo mismo cuando se extingue la luz de la existencia de un ser querido (abuelos, padres, esposa, hijos, amigos)?, ¿cuándo se extingue el albor de una amistad o de una relación de pareja? o ¿cuándo simplemente pierdo un bien que considero irremplazable? Por otro lado, ¿qué tanta intensidad de dolor se lleva dentro de sí en cada caso?, ¿qué tanta serenidad podremos tener?, ¿qué tanto de mí podremos ofrecerles a los otros afectados por ese momento por el que pasaremos, no una ni dos, sino muchas veces a lo largo de nuestras vidas?
Es por ello por lo que, como profesional de la psicología, quiero entregar esta meditación abierta a la crítica de los lectores, empezando por decir que Duelo es el proceso que necesitamos para asimilar una pérdida importante en nuestras vidas, bien sea de un ser querido, de una posesión, de un trabajo o incluso de un sueño o ideal. A medida que avanzamos y se van produciendo cambios en nosotros, nos vamos despidiendo de antiguos comportamientos, maneras de relacionarnos, objetivos vitales, entre otros.
En procesos terapéuticos, he encontrado que algunos duelos son conscientemente decididos, otros se producen de manera inconsciente y otros resultan como consecuencia de los nuevos cambios. Algunos son devastadores, otros pasan rápido, unos inician con más sufrimiento, otros terminan con más sufrimiento del que pueden otras personas soportar e incluso, otros difícilmente terminan.
Así mismo, he podido observar que, al estar en situaciones nuevas debido al avance en la terapia, las personas se plantean nuevos retos, fuerzas extrañas sobre las cuales no tenían idea estaban dentro de sus recursos.
Como ejemplo notable, puedo contar que en alguna oportunidad llegó una persona a mi consultorio indicando que a través de los años había tenido varias parejas y, con ellas, grandes conflictos: viviendo relaciones muy intensas con la sensación de fracaso en cada pérdida, y además teniendo la figura de su padre como modelo y guía. Sin embargo, fue al tener una pareja por fin saludable en su vida, cuando por sí misma pudo concluir que necesitaba erradicar de su consciente ciertas creencias para continuar construyendo ese nuevo suceso de vida. Eso es duelo.
El cierre de un duelo es fundamental para que éste sea de verdad un modo para avanzar
Elisabeth Kübler-Ross, en “Sobre el duelo y el dolor”, dice: “Al pasar un duelo, pensamos por error que podemos dejarlo todo terminado, pero el duelo no es un proyecto con un principio y un fin, es el reflejo de una pérdida que nunca desaparece y sólo aprendemos a vivir con dicha pérdida. El lugar donde encaja el dolor es algo individual y, a menudo, se basa en hasta dónde hemos llegado a integrar la pérdida”.
Es importante saber que no se trata de que el motivo del duelo desaparezca, sino saber convivir con la pérdida, que ya el hecho sucedió (aceptación radical) y convivir con ese hecho. Así se logra marcar la diferencia.
El dolor es normal, todos en algún momento lo experimentamos. Es parte de la vida y no puede evitarse, puede ir y venir. Sin embargo, el aceptarl, es lidiar con él, entenderlo puede evitar llegar al sufrimiento, que es común y no tiene que ocurrir necesariamente.
En el devenir del ejercicio de mi profesión, he podido comprobar que, si no se puede cerrar el duelo con un sentimiento de gratitud, incluso por lo aprendido, respecto a quién o de qué nos estamos despidiendo, es porque aún quedan algunos cabos sueltos, algo que no hemos resuelto dentro de nosotros. Lo que me lleva a concluir que lastimosamente no hay tal cierre. Puede ser porque todavía nos queden cuentas pendientes, en cuyo caso lo importante sería revisar lo que surja. Posiblemente no nos atrevamos a cerrar por el miedo a quedarnos sin el objeto de duelo que nos está sumergiendo en una situación insoportable, por lo que habría que tratar ese miedo; o porque que nos despidamos “fácilmente” nos lleva a pensar que la indiferencia y un cierto bienestar es sinónimo de cierre.
El proceso del duelo es muy personal y tiene las particularidades que la persona quiera o necesite. Hay múltiples maneras de despedirse, pero las más efectivas, son aquellas que han surgido de la necesidad genuina del consultante. Es por esto por lo que los terapeutas debemos ingeniarnos para acompañar con rituales que conecten la necesidad de cada persona.
¿Y las emociones?
No podemos olvidar que trabajar emociones es de sumo cuidado, muchas veces doloroso, nada fácil, y por eso un vínculo de protección, honestidad y confianza es necesario para tratarlas. Es buscar una sana red de apoyo. Sería necesario recordar que no se puede hacer daño a nada ni a nadie, ni a uno mismo, si no lo permitimos: nada puede dañarme y lo que no haga por mí mismo con mis emociones, nadie más puede hacerlo.
Cuando estamos trabajando una emoción, es importante dejar que se exprese hasta tanto ésta se agote. Nuestro compromiso profesional es acompañar a la persona hasta que complete la expresión de ese sufrimiento, si se queda a medias no cerraría, y quedaría un residuo que puede reaparecer en otra perdida sin que cuente con las herramientas necesarias para superarlo, (que bello y generoso permitir ese acompañamiento) es mi deseo acompañar con respeto, sin dirigir, estando siempre muy atenta a cómo va proceso porque confió en las capacidades de cada ser humano.
Veamos algo más…una metáfora
En algún caso habrá emociones que necesiten entenderse y expresarse, y con eso la herida que se formó quedará cerrada en una “primera intención”, con una costura limpia. Por ejemplo: “he tenido un altercado con mi pareja y he acabado sintiéndome muy mal porque no le he dicho lo que quería decirle” (expresar lo que no se dijo). Una vez expulsado y sólo si se siente la necesidad de hacerlo, permitirá abrir una nueva conversación con la pareja. Lo importante en este ejemplo no es tanto lo que se hable o no con la pareja, sino reconocer uno mismo la posible falta de permiso con respecto a la expresión de algunas emociones incontrolables, en algunas ocasiones como lo son la ira, la tristeza y, por qué no decirlo, la impotencia.
Por otro lado, tendremos situaciones más complejas, en las que se mezclan varios conflictos emocionales. Puede que esté ligado a relaciones que nos provocaron sentimientos ambivalentes o que oculten mucho dolor y frustración. En este caso, la cicatrización por “segunda intención” sería más conveniente. Se usa en heridas infectadas, que hay que dejar abiertas hasta que sane la infección y así poder cerrar sin peligro a que se formen abscesos, dejar un tiempo prudente para tocar el tema y reconocer cuando es el momento adecuado para hacerlo y para concluir, hay heridas más complejas en las que hay que eliminar un poco de tejido e incluso, dejar que la herida se haga resistente, para poder empezar a cerrar.
¿Y cuando sabemos si se cerro el proceso?
Es sólo cuando nos desafiamos en una nueva forma de actuar, cuando se encuentra una nueva faceta antes desconocida o escondida, cuando abrimos nuestro ser a una transformación, cuando empezamos a comprender que hasta ahora nos habíamos manejado desde nuestra zona de confort. Al salir de ella y de verdad aceptar el reto que supone resolver, encontramos que nuestros límites est&oaacute;n un poco más lejos de lo que pensábamos y eso nos produce mucha satisfacción y mucha confianza para caminar por donde antes nos daba miedo.
El cierre de un proceso puntual está ligado a la humildad de reconocer una carencia y a un descubrimiento personal que amplía nuestras capacidades y recursos, tal como sucede en el duelo de una relación, de la que tememos despedirnos por miedo a no saber vivir sin ella y al concluirlo descubrimos que somos más capaces de lo que pensábamos. Que la posible carencia temida, la satisfacemos con nuestra creatividad. Los budistas dicen que, la oscuridad es proporcional a la iluminación, y que antes de una iluminación, aparece una gran oscuridad. Creo que en este caso es muy acertado el adagio, definitivamente.
Cuando nos hemos conectado con nuestro inmenso potencial, sano, creativo y constructivo, ya somos capaces de afrontar cualquier situación sin quedarnos en pensamientos negativos y recurrentes. El tener el control está ligado al encuentro y reconciliación con nuestra sabiduría, inteligencia y alegría de vivir.
Sin duda hay mucho que reflexionar sobre el tema, agregaria para finalizar otra metáfora.
Cuando se paraliza la obra de un edificio, nadie habla de que el edificio esté “mal acabado”, simplemente, se ha parado la construcción, y los interesados deberían (si quieren) resolver los problemas para que continúe. En nuestro país somos testigos de cientos de construcciones paradas a “medio hacer”, que están a punto de caer, o con apenas los cimientos puestos, sin que nadie haga nada para continuar y mucha gente acaba perjudicada con ello. Sin embargo, cuando una persona paraliza su proceso, es por algo, y quizás sienta que no tiene recursos para continuar. En ese caso, tal vez sea lo más conveniente, pues solo esa persona sabe cuándo está lista para cerrar un proceso doloroso.
He concluido que hay algunos conceptos claves que deben producirse para un cierre satisfactorio del duelo: el primero de ellos tiene que ver con lo revisado, conocido, descubierto, encontrado, asumido y desechado, sin una indagación comprometida, profunda y consciente. Así sería imposible, porque quizá estuviéramos evitando o desplazando, pero no dando el paso a un verdadero cierre.
Suele pasar que aquello que hemos desechado, lo hacemos en gran parte movidos por la certeza de que en un momento aprendimos de otros, a manejarnos de un modo que a la larga está siendo perjudicial. As&ioacute; que se trata de eliminar a cualquier otra persona que no seamos nosotros mismos como responsable de lo que hacemos y eso me lleva al segundo aspecto imprescindible: la responsabilidad. En este caso no se trata de entenderla como una carga o una obligación, no está ligada a la culpa ni al castigo, sino todo lo contrario, esta responsabilidad consiste en la valentía de desplegar nuestros valores para hacernos cargo de lo que sea, poner en juego nuestras fortalezas, llevar por bandera nuestros intereses de manera proactiva y, sobre todo, confiar en que en nosotros está siempre la opción de resolver. En todo momento tenemos la capacidad de solucionar lo que sea, la responsabilidad así vivida en lugar de ser un peso se convierte en un motivo de disfrute.
El tercer y último aspecto me cuesta nombrarlo, porque contiene varios componentes: lo positivo, la gratitud y la esperanza. Así que lo voy a definir como una “confianza liberadora”. Creo que para que un cierre de duelo en terapia se produzca, es imprescindible que la gratitud forme parte. Aquello que hemos desechado con el cierre, ya no nos sirve, pero no debemos olvidar que, si ha estado con nosotros como mecanismo de defensa, es porque lo necesitábamos y quizás en algunos momentos nos salvó la vida. Si aún no somos capaces de agradecerlo, es probable que aún no hayamos comprendido su significado completamente, con lo cual, no podremos cerrar. Esta actitud de gratitud nos deja una muy buena sensación: la alegría de confiar en que podemos caminar sin muleta y la satisfacción de saber que a partir de ahora viene algo mejor.
Dicho esto, procedo a cerrar esta reflexión con la alegría de haber hecho un ideal recorrido en el tema, basada en las experiencias profesionales y la gratitud eterna hacia el lector por permitirme este momento de crecimiento.
Martha Flautero Romero
Psicóloga Sist&roacute;mica
U. Santo Tomas
Esp. Terapias Alternativas
“Conocer a los demáás es sabiduría.
Conocerse a sí mismo es iluminación.
Vencer a los demás requiere fuerza.
Vencerse a sí mismo requiere fortaleza."
Tao Te Ching (libro de los sabios)